viernes, 30 de diciembre de 2011

como hacer una entrevista para leopoldo sin hacerla y salir en la página de la escuela. (retrospectiva)

Bueno. Hago esto porque quiero ver una retrospectiva del año más licuado de colores y texturas que tuve hasta hoy. Termina el año y no termina, porque siento que este año es cuando más me descubrí a mi misma y más me di cuenta de que es ser y que es ser en este mundo y lo que eso conlleva. En este año se me abrió de gamba el corazón. Aprendí a ver las cosas distintas, a pensar conmigo, a gritarme y a hacer que me griten, a explotar por dentro (para bien y para mal) aprendí a valorar como lo que es a cada pequeñísimo archi detalle, a prendí a ver, aprendí a sentir mucho más, a sentir en carne viva y piel dada vuelta, a encías que sangran cuando reía, aprendí a vivir al revés. Intenté hacer las cosas a tiempo y no pude, hice las cosas y las hice a mi modo. Llore y llore y reí más de lo que llore, o igual, qué más da. Me conecte con un instrumento de verdad, me saque esa venda de la que hablaba sin conocerla. Desconocí a mis mejores amigas. Desconocí el espejo y me pegue en ese álbum de cromo de la resignación. Hice lo que tenía ganas y lo que no, intenté hacerme cargo de las cosas que hacía y decía, intenté afrontar la verdad del mundo (lo sigo intentando sin saber cuál es esa verdad), acepté las cosas que intenté aceptar, me mentí y me dije la verdad muchas veces. Me invente, me rompí, me volví a inventar. Me creí cosas que ahora no puedo ver si existen. Me enseñé, aprendí de mi otra yo, de mi yo del 2010, a reírme y amar. Pero ahora lo entendí, antes lo hacía (por instinto de supervivencia supongo) y ni me molestaba en preguntarme por qué ni para qué ni cómo ni para quién. Amaba todo el tiempo y eso era puro. Ahora puedo ver hacia atrás y ver cuanta razón tenía sin darme cuenta de eso.
Aprendí a ser yo sin saber quién soy, a abrirme a todo, a decir que sí a todo, aprendí porqué digo que sí a todo, a hacer las cosas porque tengo ganas y el verdadero valor de las cosas, aprendí el amor y a amar con todo y cada rincón de mi alma. Y también aprendí a estar muerta. Aprendí a morir sin que lo noten los demás, a que las cosas me agarren despeinada. Aprendí el dolor, el dolor de verdad. Aprendí que cuando las cosas pasan, nos arden y queman y extripan las entrañas (pero lo más importante, salen a la luz como lo único de tu alma) recién cuando nos damos cuenta de que nos pasaron. Y puede que eso tarde tres meses en llegar. Y más también. Me di cuenta de lo que puedo ser. Puedo ser una lombriz o una no lombriz. Si soy una lombriz no soy piso. Y eso no me gustaba para nada. Entonces un día llegó la solución. Él vino y me dijo lo que me podría haber dicho en cualquier momento de todo el medio año que habíamos estado sentados juntos pero por alguna razón, ese día me apretujó las tripas. Me dijo que era especial. O mágica. O que brillaba. O algo de eso. Y ahí empezó el año. No se que día fue, tal vez junio, o julio. Pero ahí abri los ojos la nariz los poros las uñas los pelos las pestañas los pezones el ombligo los pelitos de la espalda los lunares las uñas de los pieses los juanetes las rodillas los nudillos las arrugas los puntitos negros y el alma. Abri mi alma hacia todo el mundo que yo, oh maldita ciega que no quería ver (MENTIRA SI QUERÍA PERO sabia que las cosas volvían solas, no hay que apurarlas), regrese al mundo de los vivos. Este año si hay algo que aprendí, fue a suicidarme y resucitar más llena de cómo me había ido. Y sí que traje cosas de ese despertar.